Vivimos estresados, anonadados de espanto y contaminados de
tanta basura que nuestros sentidos ya no pueden diferir cuales son las mejores
opciones para uno. Vemos pasar nuestros días como caudales directos a una
profundidad inalcanzable de ver, a un desasosiego mental que nos golpea de
frente al rostro.
Constantes imágenes se nos cruzan, incomprensibles o únicas
e irrepetibles. Marcan nuestras vidas, nuestros caminos, nuestras historias y
todo lo que de ellas se desprendan. Coleccionamos una descomunal cantidad de recuerdos
en una galería tan inmensa como nuestra mente que nos olvidamos de vivir y
rellenar tantas oportunidades y espacios vacíos que se nos presentan y que
hacen de lo que somos constantemente.
Estamos cayendo…
Estamos cayendo entre infinitas oquedades. Alzamos la vista hacia
arriba, y solo atinamos a observar una descarada caída impulsada por nuestra
poca predisposición a avanzar entre un camino que nunca comenzó a construirse y
que nunca tuvo la oportunidad de progresar fuera de la maleza.
Estamos muriendo…
Estamos muriendo y no tenemos ningún Dios de nuestro lado.
El mérito de todo nuestro sufrimiento y desgano no es más que nuestro. Y detrás
de cada paso hacía al frente, nuestra esencia como personas se limita a caer resignada
entre los millones de rastros de tantos que nunca lograron decir con vigor: “Éste
soy yo, y aquí me ves. Mis aspiraciones son tantas, que abandonar no forma
parte de mi habla.”
Sigamos manteniéndonos vivos
Sigamos siendo nosotros.
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