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Eran días fríos para el pequeño sujeto repleto de melancolía y nostalgia por una tarde hecha noche en un pequeño lapsus de encuentro con los demás. Palpitaba su corazón en cada trompeta y caja de sonidos procedente de las eternas efervescencias del humano. Su mirada perdida priorizaba su sentido auditivo y su extremada sensibilidad a con el fresco aire.
Las calles estaban vacías, no se oía más que el agitado respirar sin pena del sujeto entrañado en la desolación de una gran urbanidad. Paso por paso, firme. No esperaba más que recrear relatos y sueños de lo inconsciente, de esa interpretación triste y cuasi solida de retoños de lo profundo. Allí estaba... una esquina.
La plaza no respondía a nada, solo invitaba a entrarse en las vicisitudes de lo incógnito y las desquebrajadas baldosas silbaban mudas a las recaídas de pisadas febriles. Suenan los bajos diluidos en efectos gomosos y esparcidos entre tanto. Se afila el oído, se observa desde abajo la mirada perdida y fija del sujeto, de su esencia.
El frío color de las hojas a punto de partir envolvían aquel escenario intercalado de amarillentas luces y una oscura inhóspita ausencia de vida. ¿Dónde estaba? ¿Vivo en la materia inerte de un sueño neurótico e insatisfecho?. Las reproducciones avanzaron en cada par de minutos y todo se volvió mas misterioso... ¿Qué estaba pasando?
Susurros... muchos de ellos. Las lágrimas rebalsan el estanque vital de nuestro molde existencial. La mente se abre y deja escapar el pequeño niño que escondemos. Corre frágil sobre un sendero, abre sus brazos, tropieza y vuelve a resurgir; en constante equilibrio con la muerte, la dulce muerte que nos acecha, los grandes ojos de lo inoportuno, la devastadora máquina de matar pájaros.
Las trompetas vuelven a sonar... "¡Estoy vivo!" exclamó y se retiró de escena. Todo quedo oscuro, hasta aquel lugar oscuro. La oscuridad de lo oscuro. Lo oscuro... la muerte, el fin. Todo.
Ezequiel Morales (Elsart)
09/05/2015