viernes, 12 de septiembre de 2014

Sixtyniner

La realidad y las limitaciones para el ser humano son demasiado injustas para ser ciertas. Y pensar que alentamos tener algo de esperanza, mientras estamos inertemente sumergidos en un mar de porquería ajena a nosotros y a una elección no consultada por nadie de seres arrojados a una inmensidad de chatarra funcionando. Nos equiparamos a las necesidades propias de vivir en un futuro incierto y precoz a la muerte. Nos cansamos, agotamos y estamos odiados de tanto. Ojala hubiese algo más vital que nosotros mismos, algo que nazca de donde nadie imagino, de lo inexplorado, lo inentendible, algo que nos deje sin palabras, y no intentemos buscar el porqué, solo impresionarse y sonreír, que a pesar de tanta amargura, alguna cosa nos hace felices y nos desata un mero rigor de ir por el camino correcto a nuestro entender. Somos tan cómodos a sufrir y tan ajenos a nuestros deseos, que me niego a seguir lo mismo.

Estamos perdidos en un plano de historia, rodeados de tiempo y espacio degradándose en el olvido registrado por pocos capaces de escribir. Damos un suspiro que nadie escuchará, y que nosotros nos negamos a comprender el porqué del mismo. Estamos ahogados de contaminación, aire cargado de combustible barato. Damos vueltas por estanques de agua rancia y descomunal, invisible en rincones vacíos, y existentes para mediocres.

Somos un mar de quejas. Somos una llamarada ardiendo. Somos un grito silencioso. Y un llanto alegre incapaz de ser escuchado. Incapaz de nacer, vitalizarse, transformarse y morir. Somos un ciclo sin comienzo, una estrella apagada que aún brilla en el tiempo. Somos todo y a la vez nada.

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