viernes, 12 de septiembre de 2014

Ocaso


Estoy enfermo. Hace tiempo ya no siento ganas de moverme, mis pies se volvieron raíces, mi piel de cartón y mis ojos de vidrio. Estoy enfermo, lo sé… me siento débil, y me desplomo entre piezas de dominó. No hay final para mi final, y eso me aterra aún más. Mi mente cambio y todo lo que tengo es vulnerable. Me hundo entre tierra mestiza y semillas de fuego. Me abruma seguir oyendo motivos para irse y dejar el camino libre para la desdicha. Y es que no tengo ya motivos que comprender, perdí el rumbo, y el rumbo se perdió por sí mismo. Estoy enfermo, debo dejarlo bien claro, suponiendo que aquel otro malpiense un delirio incomprensible.

Probablemente no me inmute más nada desde hoy, y es que digo todo esto con tranquilidad, e imagino un sinfín de motivos para carbonizar en pedazos hasta las últimas capas de mi piel. Resurgir de las cenizas, avivar la esperanza. Pero ilusionarse con deidades ausentes no será buena opción para nadie, ni para mí mismo en este instante. 

Puedo verme lejos, sonriendo, caminando, moviendo cada brazo en sentido invertido. Sigo derecho por tablas de madera, estoy descalzo y las raíces siguen ahí. Atrapado como ratón traicionado en su hogar, considerado una plaga de miles existentes. Único fervor para molestar al resto en busca de una aceptación innecesaria e inútil para mí. 

Todo lo recolectado en estos años, morirá solo en mí, pues a nadie podría caberle tal nivel de soledad. Siempre se dice que lo que uno piensa, ya fue pensado. Lo cierto es que el nivel de impacto es desigual, nos da cierta originalidad entre tanta carne, pero yo ya estoy podrido, podrido por todo, podrido de mí.

Estoy enfermo, y ya muerto.


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