Camino sobre el sendero empedrado que me lleva hacia aquél banquito con vista al centro de la ciudad; donde los edificios se alzan como torres de cristal y las casas se transforman en pequeñas cuevas.
He perdido a
Hazel de vista hace dos días y no puedo hallarlo, así que vengo aquí, con toda
mi paciencia y mi malestar físico a buscarlo. Porque sin él, una parte de mí no
está. Porque sin él, no hay tarde que valga la pena y no hay noche que merezca
una cama tan grande y vacía.
Yo sé que está
triste, lo veo en sus ojos cada mañana que me despierto y cada noche que me
acuesto. Deseo con todo mi corazón vivir para siempre en el mismo día. De todos
los que he vivido, sólo uno. Recuerdo el aroma a pasto recién cortado, y la
brisa fresca que azotaba las hojas de los árboles. El sonido pacífico del arroyo
corriendo, vibraba como una dulce melodía en el aire. Me encontraba sentado
sobre una colina con Hazel a mi lado, oía su leve respiración al dormir y me
preguntaba, ¿cómo era posible que pudiese dormir en cualquier lado, en
cualquier momento y durante tantas horas? Pues entonces descubrí que la paz que
brindaba el entorno te sofocaba hasta los huesos, durmiéndote lentamente,
perdiéndote en el infinito celeste del cielo.
Es el recuerdo
más preciado y en el que podría vivir para siempre. Y si hay algo más después
de la muerte, me gustaría que hubiese un paraíso como aquél lugar.
Divagando por mi
memoria, sentí como una mata se acurruca a mis pies, observe alarmado. Allí
estaba, Hazel, con sus ojos hazel, y su pelaje blanco como la nieve, mirándome
empedernido, demostrándome que estaba junto a mí, que estábamos juntos en esto,
diciéndome mas de mil palabras con la profundidad de su mirada. Su mensaje era
claro, este era nuestro último momento. A mi avanzada edad, y en el miserable
estado que me encontraba, no podía pedir más.
Su corazón y mi
corazón laten cada vez más lento, todos los sentidos a nuestro alrededor se
detienen en cámara lenta, y los pulmones luchan para mantenerse en pie. Escucho
como jadea a mis pies, enterrando su hocico entre mis piernas delgadas. Lo
sabemos, él y yo, lo sabemos. Hemos llegado juntos a este mundo, y hemos de
partir juntos. Como almas gemelas, como uno dividido en dos. Porque el perro,
ha de ser, no sólo el mejor amigo del hombre, sino un hermano incondicional
para éste. Te amo Hazel.
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